viernes, 25 de agosto de 2017

Bell


Bell siempre tuvo un temperamento impositivo, la última palabra con ella debía ser la que su voluntad dijera, un ego a la altura de las obras arquitectónicas de los más grandes rascacielos de las principales ciudades del mundo, prepotente lo justo para presumir sus hazañas y la facilidad de las mismas, lo que para otros requería un esfuerzo considerable en ella no era más que el estirar una mano y agarrarlo como si fuese propiedad suya. Siempre supo moverse en los salones VIP y sitios exclusivos con una fiereza exótica frecuentemente admirada.

Para su cumpleaños número 27 le invité a salir, utilicé los tradicionales clichés de conquista adolescente, tomar de la mano, darle la razón, acercar nuestros rostros. E incluso al final de nuestra cita me aventuré a darle un beso en la mejilla por cada año cumplido, esperando que al terminar fuese suficiente para que ella me besara como deseaba... No hay que ser un genio para saber qué sucedió después: Adivinas bien. Quedé como un imbécil iniciado al final del conteo, caliente en la calle al momento de una despedida. Arrastrado a sus pies y lamiendo su suela en busca de un pequeño indicio que dijese que me correspondía medianamente. Que me daba luz verde para emprender viaje por el safari de su piel, de su tonalidad camuflada con el sol que se vislumbra al horizonte de una selva africana, donde las siluetas de manadas enteras suben y bajan constantemente en las curvas de su piel en una travesía que no parece tener fin ni diferenciar los límites entre el placer terrenal y la divinidad de la madre naturaleza.

Salvaje, Indomable, Libre


“Tienes novia”. Fue su única respuesta. ¿A mi qué diablos me importa que exista una persona en mi vida en este momento?, Todo se fue al retrete hace mucho tiempo y solo estoy esperando la ocasión indicada para cortar ese puto hilo de una buena vez. Hace muchas lunas seguí con mi vida adelante, cerré una puerta y continúe, así que no entiendo que ese sea un motivo real para joder mis frenéticos impulsos. No me dijo un “No”, y visto así, me suena más a que me dio un “Si”.

Un par de años después la volví a ver, por una única vez. En esa ocasión no cruzamos una sola palabra, fue uno de esos eventos exclusivos que tan bien se le dan a ella y a los que tan arrastrado suelo terminar, seguía igual de salvaje, y yo con el mismo deseo de empotrarme contra ese trasero divino, seguía presumiendo hazañas, yo seguía mirándole el trasero, se tomaba fotografías, yo le miraba el cuello, hacía una entrevista, yo me corría por dentro.

Muchas estrellas han brillado y se han fundido desde aquellos encuentros, vuelvo a saber de su existencia, su Instagram es una fuente de néctar que en mí sigue ocasionando el mismo efecto, se posa natural frente al lente, le coquetea al guapo de turno, seduce a la instantánea frente al espejo, yo le miro cada muestra de desnudez, cada textura, su pixelada y filtrada piel me sigue poniendo igual de cachondo. Su bronceado en el mar, su cabello mojado, el color de su piel y el sol del horizonte africano otra vez.

Los animales continúan su travesía, curva arriba, curva abajo, llevan siglos deambulando en esa dimensión sin límites del placer.