Hay personas a quienes les aterra la
soledad; y son ellas las últimas en enterarse de ese temor y asumirlo, pues sus
actos están encaminados a estar permanentemente acompañados, aunque no siempre
de las formas y maneras que se consideran ‘políticamente correctas’… ¿pero es
que a quién le importa ser ahora ‘políticamente correcto’? Si ya sabemos todos
que en este jodido mundo todo el mundo carga su puta cruz, y que ni un tercero,
ni un ajeno, ni siquiera tu acompañante
tiene el derecho a reclamarte por tus actos.
¿Y tú quién eres para juzgarme por jugar
con los demás? – Suele decirse a sí misma – Nadie sabe qué herida la transformó
en eso, en alguien, quizá no inescrupulosa y tampoco indiferente a sus
sentimientos, pero lo suficientemente flexible para cambiarlos totalmente de un
momento a otro, para olvidar y entregarse rápidamente, para quemar almas, para
rodearse de los chicos que quería con sólo señalarlos con su dedo – como
atrayéndolos hacía ella – invitándolos a unirse a su juego, presos por sus encantos,
pues es la gran ventaja que trae consigo la belleza, aunque a ella le gusta
negarlo, como si no se tratara de una gran cosa, sabe pues que eso termina
siendo más tentador, de esa forma los enreda a todos en sus deseos de pasar con
ellos un rato y nada más, porque en eso ha sido experta siempre, en vivir de
deseos efímeros, vacíos y momentáneos, de gustos por labios, de complicidad sin
compromiso, la aterra eso, la aterra la idea de la ‘fidelidad’, sus alas se
cortarían al lado de alguien, ¿cómo podría ella surcar los cielos y descender
al infierno libremente si debiera entregarse a una sola persona? No, ella nunca
haría eso, así que prometería amor en vano, mientras a escondidas de ese ser
que la amaba, seguiría sus juegos con otros hombres, engañados también,
pretendiendo que nunca nadie sabría lo que está haciendo, pretendiendo ser
invisible. Lo cierto es, que sea lo que sea que la haya transformado, eso
posiblemente tiene todas las respuestas que he estado buscando por tanto
tiempo.
O quizá soy yo quien se niega a creer que ella es así solamente por gusto, por
placer.
¿Qué pasará con ella el día que sienta amor? ¿Qué sucederá si un día ella debe
rendir cuentas a un ente divino? ¿Estarán presentes aquellas almas? ¿O sus
memorias se hallarán perdidas en el tiempo y la distancia, de modo que ella no
las recuerde? ¿En qué ha pensado durante cada uno de sus actos? ¿Ve alguna
diferencia entre un alma y otra? O sólo son prospectos vacíos, sin interés y
sin el amor que necesita, ¿Por qué ha de descartarles? ¿Por qué elegiría a
alguien si siente amor? ¿Qué podría brindar alguien que no tenga nadie más en
el mundo para hacerle cambiar? ¿Cambiaría ella? ¿Por qué habría de hacerlo? Si dicen que el amor verdadero es aquel en el que se
entienden y aceptan hasta los demonios de la persona amada. Quiere sugerir eso
que yo debo dejarla libre para que siga ese juego que tanto le encanta, porque
le quiero.
Y ahí estoy yo:
Yo, que estoy perdido en su ser, en su misterio, en su dolor, en sus pensamientos;
los míos dejan de importar a cada paso que camino, como perdiéndome en nada,
culpándome, dejándome llevar, no tengo una celda ni una prisión, así que parece
como si buscase un lugar para dormir eternamente, para morir; porque algunos
vivimos la vida con la intención de tener una muerte digna, ¿pero digna para
quién?
Pienso que mi misión puede ser salvarla de
todos esos demonios, que quizá por ello me entregué a su maldad, que es una
mujer cegada, no sé por qué, que necesita aprender, que necesita crecer, y que
yo puedo hacer eso, pero pienso también que quizá ella sea el demonio, que sus
actos pueden ser el reflejo de lo que realmente quiere ser, de una libertad que
ella persigue y yo me niego a tomar por mi libertad, lo cual me hace entender
que seré un personaje más de su vida…
¿Pero tendré el suficiente valor para ser diferente al resto?
Y si consigo alejarla de esos juegos…Si
consigo ser lo suficientemente valioso para que ella deje eso, ¿qué lograré con
ello? ¿Qué si me enamoré de su maldad? ¿Qué si estoy creando una ilusión bajo
ese traje de daño y fuego, de esa insaciable sed de pasión pasajera que traen
los labios extraños? ¿Qué si mi fragilidad permite que muera antes de salvarla?
No es eso lo que debería importarme…Pues, nadie debe cambiar por otra persona,
sino por si mismo.
La he visto llorar también, fueron esas lágrimas las que me hicieron creer que
bajo el llanto y la maldad había alguien más…Sin embargo, las lágrimas no son
nada más que indulgentes espectadores que asoman por sus ojos, indiferentes
también si no se acompañan de la fuerza de voluntad arrancada del
arrepentimiento. Y la fuerza de voluntad
y el arrepentimiento son utopías que vigilan desde la distancia cuando un alma
arde en sus manos.
¿Qué podría hacer el amor por ella? ¿Qué es
el amor propio en ella? Y si yo la amo… ¿En qué me convertiré para ella?... ¿Qué
ha aprendido de todo lo que ha sucedido? Son dudas que me nacen ahora…
Ella es un misterio.